En el país de internet, el videobloguero es el rey. A videobloguero que huye, puente de plata. No por mucho vloggear uno se ríe más temprano. Y así podría seguir durante un buen rato (tampoco tanto) porque lo cierto es que en estos tiempos que vivimos, los programas de televisión han quedado sustituidos en los corazones de la chavalada por los canales de YouTube de varios personajes que pueblan las redes. De entre tanta morralla que mora en el mundo virtual, Loulogio es uno de los más potables. Al menos, es uno de los que no le provoca arcadas al que aquí escribe.
Con El chou de Lou, el piloso vlogger de la frondosa barba da el salto a los escenarios teatrales. Dejaré que sea el público el que decida si es legítimo que un señor que hace tonterías en internet pise las mismas tablas que grandes como Faemino y Cansado, los Tricicle… o los Morancos. Sin embargo, hay que reconocer que llenar prácticamente hasta la bandera el Teatro Olympia de Valencia es una hazaña al alcance de pocos, y Loulogio lo consiguió (¡ad populum!).
El teatro, como digo, estaba abarrotado de chavalines de entre unos catorce y dieciocho años, más de uno (quizás creyéndose original) ataviado con una batamanta en referencia a uno de los vídeos que dio fama al protagonista de la función. Otros portaban pancartas con mensajes tan entrañables como «LOULOGIO PUTERO», y un mozalbete en cuestión llevaba una foto de Dalí y lucía en su lampiño rostro un bigote pintado como el del genio de Figueras. Con esto quiero decir que ya tenía ganado al respetable, dado que ya venían siendo fans de casa. Eso explica situaciones como que saludase y la gente ya se estuviera partiendo de risa, o que frases como «soy vlogger, soy ElRubius» arrancasen un estallido de aplausos que por poco derrumban los cimientos del Olympia.
Ahora bien, en el caso de su seguro servidor, Loulogio tenía algo más complicado eso de provocar mi hilaridad. No me considero fan de este señor. Tampoco detractor, ojo. Si bien algunos de sus vídeos me hacen cierta gracia y considero que es un tipo con cierta desenvoltura ante la cámara, otros de sus vídeos me provocan un considerable malestar general. Así las cosas, fui con una predisposición más positiva que otra cosa, esperando que el espectáculo tirase más hacia la calidad de los vlogs que me sacan sonrisas y no hacia la repulsión que me provocan los otros.
Tristemente, no fue así.
Hay que reconocer que Loulogio no engaña a nadie con las pretensiones de su espectáculo: al principio del mismo, afirmó que «no hay nada más gracioso que la palabra “polla”», boutade que fue recibida con sonoras carcajadas. Viendo el éxito del chascarrillo, decidió exprimirlo durante unos minutos, e incluso animó al público a que gritase al unísono «¡POLLA!», acto que grabó en vídeo y que, si aún hay decencia en esta democracia bastardizada, jamás verá la luz.
El chou de Lou consta de dos segmentos temáticos: un monólogo y la proyección de imágenes comentadas. El monólogo peca de ser demasiado ortodoxo, y causa una sensación de «yo esto ya lo he visto» que no abandona durante todo el texto. Chistes de Falete, de Belén Esteban, de Punset… a la última, ya ven. También, para sazonar el guiso, deja caer algún que otro chiste de vómitos y de pollas porque, ya saben, las funciones corporales son graciosísimas. O algo.
En cuanto a la proyección de imágenes comentadas, no puedo evitar sentir que es una parte muy perezosa del espectáculo e introducida con calzador porque, eh, es lo que se espera de un señor que se hizo famoso en internet comentando teletiendas (¡El Pajilleitor! ¡La Batamanta!) y escenas de películas cutres (¡Los ninjas púrpuras!). Así pues, proyectó el último vídeo citado mientras lo comentaba y unas cuantas fotos de productos de los chinos, la mayoría de las cuales conocerá todo aquel que tenga acceso a internet, pues han rulado durante años por Tumblr, Facebook, Twitter y correos cadena. No ayudó que el técnico de imagen se equivocase cada dos por tres y pusiera las imágenes que no correspondían, que se le fuera el zoom, que pusiera el audio demasiado alto y casi no se oyera a Loulogio… En fin.
Es curioso que el protagonista del espectáculo definiese su «chou» como «un compendio de frikadas», cuando lo cierto es que tuvo muy poco de ellas, salvo quizá en su acepción más denigrante, la que cualquier espectador asociaría a Javier Cárdenas y su Patrulla-X cañí. Bien es cierto que Loulogio reconoce ser fan de los cómics, el cine de superhéroes y todo lo que entendemos por subcultura popular, pero no es algo que estuviera presente para nada en la función.
Este humilde juntaletras, sentado en el palco, se sintió ayer como Statler o Waldorf (escojan el que quieran), uno de los dos entrañables ancianos gruñones que siempre asistían El show de los Teleñecos sin que siquiera asomase una sonrisa a sus labios. Sin embargo, bien es cierto que al público, a ese sector de mercado compuesto de jóvenes granujas (por el acné, más que nada) fans del barbudo vlogger, le encantó el espectáculo y rieron como hienas ante cada chiste escatológico y ocurrencia fálica de Loulogio. Y yo en parte me alegré, ni que tan solo fuera porque esa tarde el Teatro Olympia hizo una buena taquilla y vi a gente joven dispuesta a pagar por la cultura, que no es poco.
En resumen, El chou de Lou es el espectáculo perfecto para los que ya son fans del humorista catalán, aunque los que sean ajenos a su obra, pero disfruten con el humor escatológico, chabacano, soez y, por qué no decirlo, algo pueril, también encontrarán una función muy de su agrado. Y es que el humor es algo muy subjetivo, amigos, y por eso mismo no puedo decir tajantemente que lo que vi ayer fue una destrucción de la comedia, por mucho que a mí me lo pareciera. Sencillamente, es un tipo de humor que no es de mi agrado. De ustedes depende la decisión de ir a ver El chou de Lou cuando pase por su ciudad. Si buscan humor inteligente, huyan. Si son de los que se ríen cuando alguien habla del antiguo arte del descomer, dejen lo que estén haciendo y paguen su entrada: no se arrepentirán.
Javi Bóinez, Reflexiones de un tipo con boina