Dicen que Enrique Bunbury se negó a firmar una vez un ejemplar de ‘Rolling Stone’ argumentando que eso era prensa del corazón. Otra vez Jota, de Los Planetas, se puso estupendo y les llamó tendenciosos por lo último que habían publicado de él. Y así unas cuantas. Todas esas pataletas, política al fin y al cabo, me parecen bien, forman parte del circo, de los andamios de la industria, la periodista y la musical. La edición española de ‘Rolling Stone’ se deja de publicar. Ya no saldrá en julio y se pondrá fin a una cabecera que se venía editando desde 1999.

Más allá del plañir corporativista por perder un medio, a mí me genera un vago lamento, cierta pena porque durante algunos años la revista ha sido esa cosa imperfecta, liviana y divertida, que va y viene de vez en cuando y a la que se le acaba cogiendo cariño cuando asoma, aunque una vez en tus manos el tanto por ciento de contenidos aprovechables se reduzca. Ahí va otro clásico del lector desapegado y decepcionado: últimamente la había dejado de leer. Demasiada moda, demasiada tendencia, demasiada paramusicalidad banal, demasiados amiguetes y demasiada previsibilidad.

Pese a eso, a mí me gusta romper una lanza a favor de los medios llenos de defectos. Me atrae la imagen del gran periódico como macrobuque, como continente de lo brillante y lo infame, como necesario soporte donde puedan habitar las buenas prácticas, hasta la excelencia, pero también los odios, las campañas, la tergiversación o, simplemente, las manías, las batallas perdidas, la manipulación, las servidumbres, el interés de empresa, la desconsideración hacia el lector. Lo sintetiza eso que dijo Loquillo sobre ‘El Mundo’, que lo alabó en tanto que periódico donde escribían a la vez Salvador Sostres y Cristina Fallarás. Una combinación imposible y saludable.

Lo resume también el romántico panorama de las redacciones de antaño. Hoy en día algún director de la vieja escuela se queja de la asepsia del periódico y pide menos Spotify en los cascos y más ruido, más discusión, más alboroto, más debate. No siempre es posible, porque a veces queda ya tan poca gente en la sala y están los ánimos tan por los suelos que cualquier conversación airada y con ‘punch’ es una quimera. Hasta los fallos pueden humanizar un diario. Enric González, una vez más, le echa luz y crudeza al asunto: «Manejamos materiales delicados. Y en general lo hacemos de forma industrial, con prisas, bajo presiones externas e internas a las órdenes de unos jefes que responden a intereses políticos y comerciales y a su propia ambición burocrática».

Con esos miembres, que salga un periódico o cualquier otra publicación regular es muchas veces un milagro. Recuerdo que había un diario de no sé qué sitio que era tan malo que había días en que no se publicaba. Si a la precariedad tan cacareada ya le añadimos los egos y los personalismos, el periódico es o debiera ser un volcán, un transatlántico lleno de carga termonuclear o un animalote hormonando e imprevisible, tan pronto sesteante como agazapado para el zarpazo; por lo tanto, cosas atractivas, espectáculos de la naturaleza. Si uno es consciente de todo eso y se colocan filtros, se tolera mejor cualquier cosa que pueda venir y hasta se disfruta más.

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La revista de marras, como cualquier otro medio, fue irregular. Sabido es que, durante una etapa, el principal aliciente de la ‘Rolling’ fueron los pies de foto, que se convirtieron en un subterfugio más o menos discreto para el cachondeo, para el desfase. Esto es, el artículo en cuestión podía ser serio y académico pero luego, en el pie, se escondía un chiste mínimo, un cambio de tono, un filamento sarcástico, incluso una burla más o menos velada al artisteo. Me gustaría saber cómo la redacción llegó allí, cuál fue el pacto. De la misma manera en que se dieron ciertas sinergias para convertir los titulares de la NBA en la web de Marca en una fiesta total, alguien sería el primero en proponer la querencia por el dislate en un lugar tan denostado como el pie de foto. Son de aplaudir esas batallas personales ganadas al rigor y ese entretenimiento deslizado en píldoras.

Lo emotivo sería que yo dijera haber crecido con tal reportaje y haber vibrado con un texto en concreto, o con la columna de tal opinador. Mi despedida a la ‘Rolling’ es casi a la francesa y de microformato, recordando los pies de foto a los que recurríamos, antes que nada, cuando la ojeábamos, y que de vez en cuando provocaban la risa y la mitificación. Valoro la pachanga bien calibrada en los medios. Por eso habrá que perdonarle a la publicación su abrazo pop, sus devaneos modernos, sus listas injustas y hasta las portadas de Justin Bieber.

Tres canciones, 280. La elección de Raúl

LA POLLA RECORDS – NO QUIERO SER UN ROLLING STONE