Mis encuentros con Sr. Chinarro dan fe, de un tiempo a esta parte, de la expansión del sevillano. No le llegué a ver en su época caótica y etílica, de conciertos destartalados y desastrosos. Le pillé más tarde, cuando yo andaba obsesionado con aquellos títulos imposibles y aquellas letras-puzzle de literatura densa y críptica que algunos comparaban con las greguerías de Gómez de la Serna. Fue en la Sala Zero y éramos una decena. Chinarro, o Antonio Luque en el DNI, lucía ademanes sobrios, ya con pinta funcionarial, y resignado a sus acólitos minoritarios.

Firmó un recital frío, por el ambiente, y hermético, con la voz roma, esa manera de cantar como sin aparente esfuerzo, pero al acabar me presenté y le di la enhorabuena. Luego se abrió, por todo un poco: la mano del planeta J, la cosa del flamenco, la apertura hacia otras músicas, la profesionalización (¡dejó por fin su empleo en Panrico!), y el hartazgo de enarbolar hasta lo icónico la independencia musical y esas murgas: él, campechanillo como Juanca, nunca fue de raro y detestó la etiqueta; así, prescindió de la letra delirante sin renunciar al enigma, al costumbrismo, al lenguaje popular, a esos mensajes cruzados, a la concatenación de conceptos de cotidiana contrariedad, a los infinitos juegos de palabra o a la intuición hecha composición. Por fin, hasta había canciones que se entendían.

Así ya le vimos en una repleta Sala Scumm, mientras jugaba un sábado su Betis, y ya no clavaba todo el rato la mirada en el suelo y los labios pegados al micrófono. Aclaró la dicción. No cantaba para adentro, sino para los demás. Ganó en solidez y confianza, perdió en balbuceo y espontaneidad. Continúo pensando que Sr. Chinarro, antes y siempre, sigue sin parecerse a nada de lo que haya ocurrido nunca en el pop en castellano; tampoco ahora, que se pasó de frenada en gastar pintazas bohemias y en proclamar su vida monacal y asceta de escritor, a fuerza de que el pelaje de náufrago diera rabia.

Antonio Luque, en pleno concierto en L’Hospitalet de L’Infant, fotografiado por Cano el Cuarto

Y así le veo, de cerca, en mi tercera cita, con esos casi dos metros de humanidad, la frondosísima mata de pelo que envuelve su cabeza de ‘homeless’ y el talento hosco y hasta gruñón de siempre, intimidando. Bebe cerveza enfundado en una chaqueta lila y toma parte en un vermú-mesa redonda sobre industria musical, crisis y futuro en el marco del Twinpalm, el festival gemelo del veraniego Palmfest; muy meritorias y loables iniciativas que citan a mucho dj y a la militancia habitual de la noche de Tarragona y alrededores, véanse barbas, bigotillos, gorras, Converse tuneadas, chapas, chaquetas o camisas a cuadros; atrezzo para echarse a temblar, ramalazos hypsters de entraditos en años.

Le quiero entrevistar pero se me escapa el bribón porque el estómago aprieta y la banda ya tiene ganas de calçots. Me sabe mal, porque guardaba en la recámara una pregunta concretísima que a él no le habría hecho mucha gracia pero que sólo por ella la entrevista hubiera tenido ya razón de ser: ¿De qué va la canción ‘La piña conseguida? ¿En qué pensabas, Luque, mientras escribías tan jeroglífica letra?.

Conectar con Chinarro es cuestión de piel, pero alguien que titula una canción ‘Ni lo sé ni lo quiero pensar’ (con ésa empezó) debe ser bueno por fuerza. Toca en un teatro muy majete de L’Hospitalet de L’infant mientras tiene casi en imprenta una novela y saca nuevo disco en pocos días. Luque, referente para muchos, recibió elogios desde las butacas (“¡genio”!, se escuchó, y replicó él: “Mal genio”) y fue informado, entre bromas y algún engaño, de cómo iba el partido de su Betis contra el Madrid. Alguien hizo coña con que marcaban los verdiblancos y luego así fue en realidad, antes del gol de Kaká.

Desfiló la maravillosa ‘San Borondón’, un pegadizo canto a esa misteriosa, guadianesca y supuesta octava isla canaria (venga la leyenda 3.0: ¿se inspiró ahí ‘Lost’?) que va y viene, el cortejo sexual de ‘Una llamada a la acción’ o simplemente joyas como ‘Esplendor en la hierba’, ‘El lejano oeste’ o ‘Vacaciones en el mar’, todas ellas de esta etapa más soleada en la que crece ahora. Algún descarriado en las primeras filas incluso se arrancó a bailar con la querencia flamenca de ‘Del montón’ (de su mejor disco, el todavía imbatible ‘El mundo según’) aunque yo disfruté especialmente con el hipnotismo arrastrado de la bella y pseudoreligiosa ‘María de las Nieves’ y ese cóctel de paradoja, estupor y humor tan marca de la casa que caracteriza al más de centenar de canciones que adjunta.

El único bis ‘El rayo verde’, un himno celestial una vez más poco inteligible y por eso redondo, maquilló un final incompleto: enorme y frustrante el gatillazo, pues la gente se quedó con ganas de más, en un concierto que apenas llegó a una hora. Saboreo el agridulce broche (el Betis ha vuelto a perder) que sabe a cuenta pendiente, a cuestión por resolver en encuentros venideros. Sé que algún día Luque me desgranará los entresijos de ‘La piña conseguida’ y la primicia la daremos aquí, claro.

raúl