Cuando uno va al Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges se expone a lo imprevisible. La Coca-Cola y las palomitas dejan paso a los gritos y aplausos. El público se entusiasma. Cualquier gota de sangre inunda el escenario. Y La Inercia no sabe si se dispone a ver la mayor bizarrada de la temporada, a dormirse literalmente de aburrimiento o a llorar con la mejor película del año. Es como tirar una moneda al aire. Aquí les dejo mis impresiones individuales de lo visto:

El ataúd de cristal (Haritz Zubilaga, 2016, España)

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La estética conseguida por el vasco Haritz Zubilaga, especialmente el sonido, imbuyen al telespectador en la historia. El envoltorio parece atractivo, hasta que descubrimos las verdaderas motivaciones de la desconocida para torturar a Paola Bontempi, una actriz que va a recibir un premio a toda su carrera. El guión se desploma inevitablemente, como las hojas de un abeto que se pierden en otoño, y el público asiste, atónito, a un final dramático ciertamente de risa. Una tensión mal construida intenta paliar las deficiencias de una trama muy poco creíble, con un spin-off de la niña Medeiros de REC de por medio. No es una película aburrida, pero sí un fiasco.

The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016, Francia)

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Nicolas Winding Refn desbocado, perdido en un simbolismo inútil. The Neon Demon intenta ser un relato implacable acerca de la superficialidad que gobierna el mundo de la moda, y por momentos lo consigue, pero desenfoca su objetivo con unos personajes insulsos. El espectador espera algo con sentido detrás de las ideas inconexas del danés, pero encuentra un relato que peca de lo mismo que quiere denunciar el propio director. A Refn se le va la mano con escenas como la del sangrado vaginal o la necrofilia. El final intenta aportar algo de coherencia al film y a pesar de no conseguirlo, sí ofrece al público un giro interesante. Sin embargo, permanece la sensación de vacío cinematográfico.

Hardcore Henry (Ilya Naishuller, 2015, Rusia)

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El ruso Ilya Naishuller mira al público y gira su cámara con franqueza para situarla en primera persona de Henry, revivido como cyborg. Vamos a asistir a un espectáculo pirotécnico de saltos, accidentes de tráfico, tiros, peleas con arma blanca, incendios, carreras, puñetazos, codazos, poderes paranormales, engaños amorosos y relaciones realmente cómicas. La energía constante de la cinta no aturde al espectador, más bien le alienta a seguir, con sus constantes referencias a videojuegos históricos, y sobre todo, gracias a Jimmy, un científico que origina parte de la trama y que ofrece locuras míticas (enorme el momento en el que rodando por el suelo y en llamas habla con Henry como quién no quiere la cosa). El malo malísimo, además, es un acierto. La película te atrapa y te hace disfrutar, te lleva a un viaje inesperado, culminado de la mejor manera posible.

Voyage of time: Life’s Journey (Terrence Malick, 2016, Estados Unidos)

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“Una hora y media de imágenes abstractas sobre el universo”. Así me habían vendido la última película del inclasificable Terrence Malick. Ciertamente, la abstracción de Kandinsky no me dice mucho, pero la de Malick, sí, gracias a los increíbles planos conseguidos por el director, especialmente, aquellos que enseñan lugares reales de la actual madre tierra. Quizá el único elemento que desequilibra la narración es la voz en off de Cate Blanchett, junto con, eso sí, la poco acertada decisión de Malick de no enseñar el mandril de los primeros homínidos. Bromas aparte, el film se erige como una gran reflexión sobre el paso del tiempo, con tintes ecologistas, y te hace reflexionar sobre lo imprevisible, el caos y la irracionalidad que gobiernan la vida de nuestros tiempos. Y todo aderezado con vídeos de vacaciones -en palabras de mi colega inercio Víctor Navarro-, dedicados a la diversidad cultural.

Arrival (Denis Villeneuve, 2016, Estados Unidos)

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Y llegó, nunca mejor dicho, el clímax del festival, el coito cinematográfico. No es que Denis Villeneuve huya del relato militarista que caracteriza a la mayoría de filmes sobre extraterrestres llegados a la tierra, es que el canadiense construye una auténtica oda al humanismo como vehículo de convivencia. El lenguaje, la filosofía y la ética hacen añicos a las balas. Asistimos a un más que interesante viaje por la concepción de una nueva comunicación intergaláctica, que se convierte en un relato de 10 en el último tramo de la película. Villeneuve sitúa al público en un trance emocional de primera regla, gracias a la conexión entre el conflicto interno de una estupenda Amy Adams (experta lingüista) y la intencionalidad tecnológica de los extraterrestres. La fotografía y los efectos especiales confieren sobriedad a la cinta, mientras que la música puntualiza con acierto el tramo sentimental.

Interchange (Dain Said, 2016, Malasia)

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El director malayo Dain Said plantea un thriller policíaco al uso, con imágenes hipnóticas que introducen al telespectador en una atmósfera extraña, bien definida en la primera parte de la cinta. Incluso el descubrimiento del primero de los rituales asesinos resulta revelador, muy bien filmado, pero poco a poco la narración se diluye erróneamente en una amalgama de referencias culturales e históricas, de diálogos abstractos y mal conducidos que provocan una sensación de desconcierto. Los personajes generan poca empatía, mientras que la historia da demasiadas vueltas para llegar al punto clave: la existencia de una ancestral tribu que es inmortal. Uno queda con una sensación agridulce.

Psycho Raman (Anurag Kashyap, 2016, India)

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Una película sin piedad con el personaje y el público, pero no construida con un tono dramático y grandilocuente, sino tragicómico. Ahí reside el punto fuerte de la cinta de Anurag Kashyap, uno de los escasos directores del cine indio imbuido en una narrativa occidental de las historias, sin bailes ni estereotipos que reforzar. Raman Raghav es un tipo sin escrúpulos que reconoce su atracción hacia el asesinato sin más, que confiesa ante cualquiera sus fechorías y que al descubrir su media naranja, el policía que le persigue, urde una trama para desenmascararlo. El clímax final de la película es excepcional, con los dos personajes descubriendo su verdadera condición. La aceptación de este extremo por parte del joven policía drogado resulta una liberación, como si la violencia sin sentido tuviera algo de catártico.

Swiss Army Man (Daniels, 2016, Estados Unidos)

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A la postre ganadora del Festival de Sitges, la película de Dan Kwan y Daniel Scheinert parte de un punto sorprendente: convertir el cadáver de Harry Potter en coprotagonista y no morir en el intento narrativo. Claro que también aporta su granito de arena la espectacular actuación de Paul Dano, un tipo amargado, poco querido por su entorno, que debe sobrevivir al naufragio en una isla perdida del pacífico. El viaje emocional interno propuesto por los directores es de lo más ingenioso que ha dado la comedia independiente en los últimos años, con increíbles conversaciones humorísticas y existencialistas acerca del amor, la masturbación, la familia o la amistad. Pero el punto fuerte de la película reside en la ambigüedad narrativa, situada en un doble nivel, el del protagonista y el del público. ¿Es ese viaje realidad o ficción mental? No importa. La realidad es que Swiss Army man es una de las películas más originales del año. La relación ente Hank y su cadáver pasará a la historia.

The Monster (Bryan Bertino, 2016, Estados Unidos)

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La película de Bryan Bertino podría ser entretenida sin más, con escasas aspiraciones por renovar los estilemas del género de terror comercial. Pero resulta que madre e hija se hacen cansinas hasta la saciedad, con un conflicto entre ambas demasiado repetitivo. Incidir en el odio entre los personajes no deja avanzar la trama hacia donde toda la sala estaba esperando: la aparición del monstruo. Entre bostezo y algún que otro enfado, la película llega al clímax final, después de colocar numerosos flashbacks absurdos, para desenmascarar la verdadera condición de los personajes. En realidad se quieren, pero tenía que venir el monstruo de las galletas para demostrárselo. Con un mechero y un poco de gasolina basta para acabar con tanta tontería familiar.