Tres canciones, 252. La elección de V

LEONARD COHEN – ‘DANCE ME TO THE END OF LOVE’

No se ha cantado mejor petición o imperativo que éste de Leonard Cohen: «llévame bailando hasta el fin del amor». Cuando uno tiene una frase tan poderosa como ésta (o aquella de los Beatles, «you’re gonna carry that weight«), podría retirarse sin decir más y tener la carrera hecha. Qué sujeto, qué verbo, qué predicado. Todo escritor debería perseguir como meta final una línea así.

No es la única buena de esta composición, que habla de violines en llamas (una terrible y bellísima referencia a Auschwitz) y bebés que piden ser concebidos. Todo un arsenal de imágenes literarias para una canción que no va sobre el amor sino sobre su final. La diferencia es clave. El fin del amor es un lugar inevitable y seco; un destino agridulce cuyo viaje, pese a todo, merece la pena; un mirador de primera desde el que ver las cosas en su desnudez.

Las canciones de amor son un peñazo, las de desamor una pataleta agria, egoísta y pueril. Las buenas son las canciones como ésta, las que versan sobre esa tercera estación sin nombre. Un concepto que bien podría ser el que intenta capturar la palabra rusa «razbliuto» (ya saben, ahora está de moda hacer listas de palabras intraducibles): el sentimiento que nos despierta alguien a quien solíamos amar.

Tras el amor, tras el desamor, nunca viene el vacío. Queda algo más, algo más profundo, sobrio y sereno, tal vez el sentimiento más verdadero de todos. El mismo sentimiento que debió motivar aquel ‘I loved you‘ pintado en Pembridge Road que tanto me intrigaba. Te quise, ya no te quiero, ya vivimos después del final. Creo que empiezo a entenderlo.

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Del mismo modo que para escribir sobre el dolor no basta con haberlo conocido, sino que además hay que haberse distanciado de él, para escribir sobre el amor hay que haber llegado al razbliuto, a ese final del amor tan complejo en el que tienen residencia fija maestros como Cohen, Waits o Cave y al que pocos más se atreven a reconocer.

Dejar de querer es un compromiso vital, un lazo imborrable porque ya está hecho de ausencia. Querer es, la mayoría de veces, transitorio; el razbliuto es un compromiso perenne. No es fácil aprender a hacerlo y por eso muchos intentan quedarse atrapados en un ir y venir entre el amor y el desamor, entre la fase uno y la fase dos, asustados ante el destino final de todo baile. Sólo un verdadero valiente (un verdadero romántico) pediría abiertamente que le acompañaran allí. Y sólo un temerario como Cohen lo haría con un tema así de hermoso.