Le tomo la idea al amigo Andrés: hay cosas que se te quedan grabadas, que acaban formando parte de ti. Él, sabiamente, lo llamó «experiencias vitales«. Sin pedanterías, sin ínfulas de suplemento cultural modernillo, sin cargas de sobreanalista ni gafas de pasta: esas cosas de la cultura o la creación (la palabra «arte» suena a museo rancio o ganas de importancia), que cuesta creer que salieran de un sitio distinto a nuestras almas.

Descubrir la mancha oscura en el colchón del ángel Simón. El viaje emocional y exoplanetario de ‘Comforting Sounds’. Esa misma canción, en vivo, una fría noche en Copenhagen. El primer concierto-espectáculo al que asistí de Rammstein, y del que no pude parar de hablar durante días. Cerrar los ojos y dejarme llevar por la novena de Beethoven, cada noche, antes de dormir, todos los días de mis dieciséis años.

Son algunas de mis experiencias vitales; las suyas seguro que son otras. Éstas, en sí, no son importantes, o tal vez sólo lo son para mí. Lo importante es que existan, que, de alguna manera, las necesitemos. No ha habido sociedad sin música, sin imágenes, sin relatos.

Pasear por Londres con los melancólicos paisajes de Damien Rice en mis oídos. ‘You can’t take a picture of this, it’s already gone’: el final de ‘Six Feet Under’, ése. Recorrer las calles de ‘Dark City’ y encontrar en ellas esa frágil oscuridad de mis sueños. Escudriñar cada rincón de Monkey Island y de la mansión de los Edison, en todos sus tiempos. Las reuniones para ver ’24’ en grupo; ese final de temporada celebrado como, imagino, se celebran los partidos de fútbol.

Les confieso algo: fui un niño que soñaba con ser explorador sin saberlo. Estas otras experiencias vitales son también exploraciones; unas infinitas, interminables. Se parecen mucho a, o son un complemento de, viajar (nunca un sustituto). Dice Cousteau que de pequeños todos queremos ser exploradores, pero muchos lo olvidamos. Con estas experiencias seguimos y soñamos, tal vez también sin saberlo, la búsqueda del Descubrimiento.

Quedarme despierto hasta pasada la medianoche con mis padres para ver ‘Conan, el bárbaro’, recorrer Cimmeria, la cueva, los lobos; asombrarme con la ancestralísima épica de Poledouris. Ansiar aventuras, como toda una generación, por culpa de Indy o de los Goonies. Los duelos de sables láser, la respiración de Darth Vader. El final de ‘Evangelion’, ‘Thanatos’, la soledad de Shinji. Las profundidades de Xibalba. La ‘gira del próximo milenio’ de Héroes del Silencio; estar ahí para abrirla y cerrarla. Leer, releer y memorizar ‘Annabel Lee’. Los Ángeles, 2019.


Qué buscamos, qué pretendemos descubrir, es algo que no podemos responder. Creo que vamos en busca de lo inefable, eso que no tiene nombre pero intuimos, lo que no se puede responder pero no por ello (díganselo a Ortega) hay que dejar de preguntarse. Buscamos salvar (o al menos despistar) el problema de la epistemología, ese abismo entre sujeto y objeto llamado conocimiento; acercarnos a la realidad, como los sabios orientales o Nietszche, desde lo poético.

El primer enfrentamiento contra un coloso, las llanuras a lomos del caballo Agro. La cinemática de ‘Metal Gear Solid’, los fríos desiertos sonoros de ‘The Best is Yet to Come’. The Boss, la última bala de ‘Metal Gear Solid 3’. La humanísima despedida de ‘Metal Gear Solid 4’. «I’m no hero, never was, never will be». Adentrarme tras las puertas del ‘Castlevania’ de NES (¿qué tendría, ocho años?). (Casi) cualquier ‘Zelda’, ‘Saria’s song’, el final de ‘Wind Waker’. Ver con mi hermana ‘La noche de los muertos vivientes’ (lo siento, el remake).

La creación, importante o no pero siempre necesaria, es un juego de espejos en el que nos vemos, nos distorsionamos, nos reconocemos, nos ampliamos. Enlazamos reflejos y descubrimos otros yo. Descubrimos, sobre todo, al Otro. Entendemos y casi nos reconciliamos con la alteridad porque por un momento fuimos ese otro.

‘Gunnm’, o ‘Alita’, y la lucha por la felicidad en un mundo desmoronado. La separación y reencuentro con Ido. Empaparse de la tristeza madura de Jirô Taniguchi, escalando el Everest o en nuestro barrio lejano. Los misterios de la solitaria Lain. La inocencia destruida de ‘Saikano’. El carisma y fatalismo cínico de la tripulación de la Bebop. El terror atrayente de ‘Resident Evil 2’, el ‘REmake’ o los ‘Silent Hill’. Mary, María, James y el espejo. El paso a la madurez con superficie banal de ‘I»s’. El interior maloliente del manicomio de ‘Ensayo sobre la ceguera’.

Me alegra, aunque suela ignorarlos, que haya críticos, periodistas culturales, foros públicos o privados. Que cada cual tenga su gusto y se le queden sus experiencias pegadas debajo de los seis sentidos, que se analice y eduque y se estimule la apreciación consciente y se investigue, que se hable de estas experiencias, sin olvidar que cada uno tendrá unas diferentes.

Los perdedores y los electrodomésticos psicóticos de Michael Marshall Smith. Las posibilidades de nuestro tiempo y la tensión de Michael Crichton. Sus viajes y experiencias. La imaginación como lugar según Michael Ende. El realismo mágico de ‘La primera aventura’. Ver ‘La princesa Mononoke’ en cine, ese Japón en el abismo del cambio. Totoro, Chihiro, Porco… cualquier creación de Miyazaki. La rabia de Glen Hansard y su guitarra rota. El humor reflexivo y citabilísimo de ‘La Guía del Autoestopista Galáctico’. Escuchar a, dejarse hipnotizar por, Carl Sagan.


Vivimos rodeados de mil obras que nos influyen, nos mueven y nos conmueven, nos enseñan y crean nuevos espacios íntimos y compartidos. Porque, al final, de eso va todo esto: de compartir lo íntimo, de que una tipa neozelandesa, a punto de ser lobotomizada, le dé forma y nombre a algo que ya estaba ahí, esperando dentro de ti, agachado y susurrándote sin descanso. De que tú y yo nos metamos dentro y encontremos ahí todas las cosas.

Saciar la vista con las imágenes de la isla de los muertos, el caminante sobre el mar de niebla, el mundo de Christina o las plazas vacía de Chiricco. Los apocalipsis personales de Max Payne. El tiempo y la obsesión de ‘Braid’. El mundo ecologista y post-apocalíptico de ‘Conan, el niño del futuro’, el western cyberpunk de ‘Mad Max 2’. Nosgoth. Bach. Kooyanisqatsi.

Hasta escribir esta humilde web, querida lectora, querido lector, que nos ha hecho pasar con ustedes, lo crean o no, más de un buen momento. Que nos ha obligado y ayudado a intentar encontrar esos terrenos intermedios, esos mundos personales y universales que nunca dejaremos de buscar. El cuadro paralelo de una vida.

V the Wanderer