Llego al teatro Mar i Terra de Palma sin haber hecho los deberes: no he escuchado todo lo que me gustaría ‘Tinieblas, por fin’, el nuevo disco de The New Raemon, y tampoco me he metido a fondo en la producción del músico, editor y guionista de cómics barcelonés. Sí que disfruté hace tiempo con su actuación en el Palmfest y me asomo de vez en cuando (y a caprichosos picoteos) a su discografía. Suficiente, al menos, para sacarme de casa y entrar en el teatro con curiosidad y anticipación.

Esta vez va a actuar en acústico, él solo en medio de un pequeño escenario vacío. La ausencia de banda me sirve para comprobar lo bien que visten las canciones y subraya otra ausencia, la de unas melodías y estructuras que me cautiven: tal vez por eso nunca me he enganchado del todo a sus temas. Por otra parte, la desnudez destaca el misterio y la riqueza de las letras y, sobre todo, la claridad de la voz. Sólo por esos dos rasgos ya podría poner a Ramón Rodríguez en un pedestal.

Echo un vistazo al teatro (un espacio pequeño, íntimo, bien diseñado; parece que acaban de adecentarlo) y a las gentes que lo pueblan. Hay mucho sucedáneo de moderno de Barcelona (¡están en todas partes!) pero también mucho maduro, parejas de mediana edad, gentes de poca pose. En el bar, un tipo con boina y jersey a rayas propone a sus compinches una ruta montañera por Picos de Europa. Se me rompen los esquemas e intento aplicarme aquello de no prejuzgar, pese a la sensación de estar en un capítulo de Arròs Covat.

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Empieza el concierto, Ramón sale a escena y bromea con el ubicuo «ola k ase» («ola Mallorca, k ase»). La primera en la frente. Será el primer chascarrillo de muchos: algunas presentaciones duran más que las propias canciones e incluyen puyas y referencias a compañeros de escena (clava la voz de Santi Balmes o Miguel Ángel Blanca de Manos de Topo), al heavy metal («esta canción es metal, hoy la tocaré en versión cobre»), a los recortes (el tropezón de iCat FM) o al cine. Y qué cinéfilo, pasando de Sidney Lumet a Mel Brooks y de ahí a Stallone. Rodríguez es cercano, transparente, bromista, y esa informalidad sirve de contrapunto a la intimidad de sus temas. Podría parecer que se boicotea a sí mismo pero, como en una buena sauna, el choque de frío y calor amplifica la experiencia.

Hay una transparencia, como decía, que casi sirve de comentario en vivo a su propia obra: ahora habla de su primer disco, que compuso para que su ex volviera a su lado (lo hizo, no por el disco, y lo volvió a dejar), de su felicidad actual («quan ets feliç no pots escriure música»), de lo cursi que le parece aquel tema lejano o lo mucho que le gusta aquel otro en el que nadie reparó. Raemon se desnuda en cada tema y aún más en cada inciso, en cada pausa, aunque lo haga a través del humor. Es un hombre regalándonos su mundo (habla, varias veces, del amor por sus hijas) con honestidad cálida.

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El repertorio pasa por la mitad de su último trabajo (‘La ofensa’ me entra de lujo), se da algún garbeo por su trayectoria de éxitos y no tan éxitos y se detiene con alguna versión, como ‘Jenny’ de la American Music Club o ‘Virginia’ de David Bazan. Ambas le salen de maravilla y aportan aún más variedad idiomática a un concierto que suena en catalán, castellano e inglés.

Me alegra escuchar ‘El refugio de Superman’, con su referencia a la idea más poética del superhéroe, la fortaleza de la soledad (ey, miren, el título de la crónica), el ‘Te debo un baile’ que toma de Nueva Vulcano, ‘La dimensión desconocida’ o ‘Lo bello y lo bestia’. Como les contaba, la voz suena clara, decidida, muy limpia, y la cosa del directo me hace redescubrir un arsenal más potente de lo que pensaba. Garganta, guitarra y algún efecto aislado de pedal bastan para llenar un recital extenso (casi 20 temas) pero nunca denso.

Rodríguez, en uno de sus apuntes, cuenta que le fastidian los bises y el paripé que conllevan. Que avisará, tocará la última y se largará de verdad. Luego cae el fin de fiesta con ‘Tú, Garfunkel’ y todos aplaudimos, en pie, y el entusiasmo le salta a las mejillas. Sonríe y dice, «venga, va, otra más, que me he animado». Por un momento, olvido que estoy en un teatro de una ciudad que aún ando descubriendo y me siento en casa. O tal vez no en mi casa, sino en la de Ramón Rodríguez. En su fortaleza de la soledad (guiño, guiño), ese espacio en el que piensa en voz alta, repasa sus amores, se ríe de sí mismo y toca música porque lo disfruta, aunque ya sea feliz y no pueda componer más. En una intimidad que tiene tanto de drama como de comedia. Aplaudo un poco más y agradezco, para mis adentros, las puertas abiertas a su refugio.

V the Wanderer

Aquí les dejamos la lista de Spotify con lo que Ramón tocó en vivísimo y directo.