Se abre el telón, y se ve un muro empapelado con la cara de Millán Salcedo. Se oye el himno de Eurovisión, y de detrás del muro sale el excomponente de Martes y 13, cantando Te quiero to’l año, mientras hace despliegue de todas sus muecas. ¿Cómo se llama el espectáculo? De verden cuando.
Es algo que me fascina, la separación de los dúos cómicos. Me imagino que ha de ser como una ruptura sentimental, donde ya no quieres seguir con una persona, pero, de vez en cuando, aún se desliza en tus pensamientos. Les pasó a José Mota y Juan Muñoz (que intentó volver), tal vez les pase a Bertín Osborne y Arévalo (¡el Cielo no lo permita!) y les pasó a Josema Yuste y Millán Salcedo.
De verden cuando supone el intento de Millán de volver a la palestra con un espectáculo que no acaba de encontrar el tono entre lo cómico, lo musical y lo dramático. En la hora y media que dura, hay lugar para un monólogo sobre la sociedad de consumo, nuevas canciones, viejos éxitos como el Maricón de España, juegos de palabras sonrojantes e incluso un homenaje a sus padres.
He de confesar que nunca fui muy fan de Martes y 13. Tal vez sea porque, nacido en 1990, me pilló tarde. Nunca me reí con el gag de la empanadilla de Móstoles, me sonrojé ante su «entrevista» a Madonna (precursora de lo que vemos día a día en El hormiguero) y casi entro en coma con El robobo de la jojoya. Sin embargo, soy consciente de que en su momento causaron furor en la sociedad española. El problema es que su comedia ha envejecido mal, como cualquiera que vea algún sketch suyo ahora podrá corroborar.
«xq ya no triunfo?? xq el éxito se acaba?? xq? XQ?»
Así las cosas, De verden cuando es un espectáculo para incondicionales de Millán, que probablemente disfruten de chistes tan pasados de moda como los de la Pantoja y Cachuli, juegos de palabras como «me folla la memoria», imitaciones de Locomía, un inabarcable desfile de muecas y «jaté» cada diez palabras, o intentos de comedia más anclada a la actualidad, como agradecer al público «que en vez de ir al cine a ver El cuerpo hayan venido a ver este cuerpo»… aunque lleve meses fuera de cartelera. Incluso la demagogia tiene su hueco, en forma de declaración de intenciones de Millán, que afirma, categórico, que «yo no quiero ser populista, pero si fuera ministro de empleo, haría un milagro y todos nos hincharíamos a trabajar», tras lo cual acepta, sin sonrojarse, el estruendoso aplauso del público. Así nos va.
Millán, que debería cambiarse el nombre por «Nolán Salcedo» por su tendencia a explicar los chistes, intenta alternar la comedia con momentos más solemnes. Al poco de empezar el espectáculo, Salcedo hace la versión española y pocha de «Radio Ga Ga» con «La televisión de antaño», un sentido homenaje musical al catodismo añejo. La canción, acompañada al piano por Marcos Cruz (o «Rigodón»), como lo llama Millán porque lleva un bombín verde), no es mala per se, pero supone una ruptura con el tono del espectáculo.
Sin embargo, el mayor bajón, la cumbre de lo triste, la apoteosis de lo pocho, llega en la mitad del espectáculo, en un momento en el que Millán comienza a hablar de lo importantes que son los padres con estas palabras:
«Ah, los padres… qué bueno es tenerlos cerca, ¿eh? Mi padre murió cuando yo tenía siete años, y mi madre… mi madre hace ya treinta y un años que murió. Jaté, treinta y un años. Pero yo los llevo siempre en mi corazón, y de ahí no me los quita nadie».
Joder, Millán. Que el público ha ido a reírse. Está muy bien que homenajees a tus padres y que les dediques unos minutos sobre el escenario, pero eso es un interludio dramático que no casa con el tono. Que va a salir la gente con depresión, hombre.
El tercer acto, lejos de remontar los ánimos, sume más aún al espectador en la tristeza, y no es de extrañar que no dejen entrar con objetos afilados al teatro. Y es que la obra acaba con una imitación de Gloria Fuertes que, si bien empieza en un tono de parodia, acaba con un poema sobre la desdicha que no haber encontrado el amor. Muy pocho todo, de verdad se los digo. Uno se compadecía por el pobre Millán.
Me parece a mí que De verden cuando funciona mejor como experiencia catártica para el propio artista que como espectáculo para el público. Si no, no se explica, además de los momentos previamente mencionados, que se proyectase un montaje de momentos célebres de Martes y 13 con música sentimentaloide. Sin embargo, en ese momento, lo interesante no era ver el montaje, sino las reacciones de Millán, que, con una sonrisa melancólica y los ojos acuosos, parecía al borde de las lágrimas. Les aseguro que en ese momento me dieron ganas de levantarme a darle un abrazo y decirle, tranquilizador, que todo iba a salir bien.
De verden cuando es, en resumen, un espectáculo enfocado hacia los fans más acérrimos del cómico de Brazatortas, que disfrutarán cada minuto del espectáculo, del material nuevo, de la nostalgia de tiempos mejores, y se compadecerán de las penurias de la otrora estrella de la televisión. Para el resto será una experiencia curiosa por su valor como curiosidad y para ver qué pasa cuando se abandona el PETARLO y se pasa a la lucha por la supervivencia teatral. Jaté.
Javi Bóinez, Reflexiones de un tipo con boina