Habrán visto ustedes centenares de belenes puestos en estos días de diciembre, esos pequeños escenarios con su niño Jesús, su portal de Belén, los reyes, los animalitos, un río de papel de plata y unos pastorcillos con pelliza y zurrón. Quédense con esta imagen idílica del pastorcillo del belén, con zamarra limpia, mejillas sonrosadas, pose angelical y el cabritillo al cuello. Estas figuritas dulces son las que vamos a encontrar protagonizando la novela “Dafnis y Cloe”.
Aunque la literatura clásica no es dada al género en prosa cuando el tema a tratar es la ficción y se acomoda mejor al verso, encontramos algún autor disidente que hizo el ejercicio de escribir una novela, no muchos, solo se conservan cinco novelas de la literatura griega, y la que nos ocupa es una de las primeras novelas de aventuras de la literatura occidental. ¿Estamos exagerando? Seguramente, pero hay que vender el género.
Entrando en el asunto, los protagonistas, que dan también nombre a la novela son el niño Dafnis y la niña Cloe, ambos encontrados de pequeños y criados por pastores, crecen juntos entre el ganado y a la sombra de los árboles, a la orilla de los ríos y sobre los prados en flor. Un paisaje idílico, pensarán ustedes, y a eso vamos.
El autor, Longo, del que sabemos poco más que la fecha del siglo II antes de Cristo y que vivió y se inspiró en la isla de Lesbos, recogió la tradición bucólica de Teócrito, autor de los poemas pastoriles llamados «Idilios» como también hizo Virgilio en las «Bucólicas» (lo mejor de la literatura clásica es que ha entrado en nuestro vocabulario para quedarse). La naturaleza en la que viven estos pastores es estática, parece un decorado en cartón piedra, es un belén con un riachuelo de papel de Albal, un póster con la luna y las estrellas fijas porque están pintadas, un rebaño que no se mueve de su sitio y que siempre huele bien.
La novedad que introduce Longo a través de «Dafnis y Cloe» es por un lado la prosa, como ya hemos dicho, pero lo más importante es que confiere a los personajes rasgos más humanos que Teócrito y Virgilio. Tanto los Idilios como las Bucólicas nos muestran pastores muy cultos, que dedican las horas de pasto del rebaño a componer canciones para sus amadas, a tocar la flauta junto a un arroyo de aguas límpidas, a conversar sobre lo divino y lo humano al arrullo de las ramas de un árbol. Vamos, que uno lamenta la modernización del sector en los últimos 2.000 años.
Pero nuestros pastorcillos del belén pasarán de compartir sus juegos infantiles a descubrirse como adolescentes enamorados. No se preocupen por su alma, lectores, la temperatura no subirá más que unos pocos grados, estamos en el terreno del amor ingenuo.
Dijimos que es la primera novela de aventuras, o que podría serlo, porque en cuanto ambos son capaces de vencer su timidez y de confesarse y de jurarse amor eterno mientras trinan las aves, empiezan los problemas. Aparecerán competidores que buscan también el favor de Cloe y Dafnis tendrá que soportar los celos, vendrán los piratas y secuestrarán a la dulce pastora, y todo acabará mejor que bien, pasarán los nubarrones, volverá a brillar el sol de Lesbos, y los que fueron niños abandonados reencontrarán sus orígenes. La sencillez con la que Longo narra una historia que parece hasta infantil vista desde nuestra perspectiva actual tiene más valor si alzamos la vista y la vemos en perspectiva. ¿Dónde más encontramos historias de personas que se enamoran sin saberlo y que viven en un hermoso entorno natural?
El Siglo de Oro español se aficionará al tema pastoril que Cervantes cultivará con gran acierto, hasta que caerá en desgracia, pasará de moda, y ya no interesarán los belenes ni sus pastores enamorados. Y volvemos al principio, porque lo que da valor esta obra no es solamente la tradición del paisaje y del tema pastoril, sino el relieve que adquieren los sentimientos humanos por encima del cartón piedra.
Así lo afirma Vasili Grossman en Vida y destino: «La historia de Dafnis y Cloe continúa conmoviendo los corazones de los hombres, pero no porque su amor naciera entre viñas y bajo el cielo azul. La historia de Dafnis y Cloe se repite siempre y por doquier, ya sea en un sótano sofocante impregnado de olor a bacalao frito, en el búnker de un campo de concentración, entre los chasquidos de los ábacos en una oficina de contabilidad y en el almacén polvoriento de una hilandería.»