“Es hora de cambiar el orden establecido. Que reine el alegre caos, la despreocupada risa perruna, la contradicción honesta, la fragilidad, el talento desperdiciado, la apatía voluntaria, la falta de juicio y de prejuicio, la ausencia de responsabilidad innata, la rebeldía pura (que no se rebela contra nada)”.
Andrés Fejerman
Es medianoche del viernes en Radio 3 y el horno no está para prohibiciones. Se escucha el vino descorchándose, se oyen los sorbos de cerveza, se intuyen las caladas y el trasiego de alcoholes. No llega al nivel de éxtasis de la ya célebre retransmisión noctámbula de la Superbowl que hace la Cadena Ser, por donde circulan los cubatas hasta rodar cabezas y suspender a periodistas de empleo y sueldo cuando, en la orgía de chorradas (el partido es lo de menos), arremeten incluso contra los anunciantes.
Lo de Andy Chango (o Andrés Fejerman) es un submarino, una libérrima timba de póker donde se puede escuchar desde Frank Zappa hasta Sergio Makaroff pasando por Julio Cortázar leyendo un cuento suyo. Ahora escucho un programa y Fejerman prepara una jam, en la que un colaborador toca la guitarra en conexión telefónica desde Nueva York, él maneja un teclado infantil de esos con sonidos de vacas y saltamontes, el invitado rasga el ukelele y cuando puede el theremin (el instrumento que se toca sin tocar) y otro músico en el estudio sopla el trombón. Luego conectan cada semana con un tipo que trabaja de madrugada en una estación de servicio del extrarradio madrileño y otro que ejerce de enviado especial desde Buenos Aires.
Chango (derecha) prepara su dueto con el Robot Emilio. El resultado fue un bolero de letra indescifrable
Chango, otrora tertuliano defensor de las drogas en la televisión argentina, es ahora un ‘bon vivant’ más irónico que tóxico, alguien que incita en antena a conducir ebrio y burlar los controles de alcoholemia. Algo parecido al terrorismo creativo que dice ejercer Nacho Vegas en sus canciones o al punk sin pasarse con el que tanto nos identificamos.
Pero Andy, antes que locutor (su andadura en la radio pública comenzó con una sección llamada ‘El hombre que susurraba a los camellos’) es músico. Comenzó en los años 80 tocando el piano para el grupo adolescente ‘Superchango’ y, tras el exilio español, facturó tres discos que hablaban (oh novedad) de drogas, síndromes de abstinencias y angustias, a saber: de cómo se siente cuando espera al dealer, de lo bueno que es intoxicarse en familia, de Medellín y de lo colgado que está deambulando por Madrid entre carajillos, cañas, cubatas y Riberas del Duero.
Pero harto de cantarle a su pulmón o a sus neuronas, de estos álbumes tóxicos conceptuales, del pop-rock explotado hasta la saciedad y convertido desde hace años en una repetición, rompió la baraja e inspirado en el novelista-dramaturgo-poeta-músico-inventor-vividor Boris Vian, hizo un disco del mismo título, traduciendo su obra del francés con la ayuda de Javier Krahe y apoyándose en el jazz, pasando por el blues y enriqueciendo con humor su anterior discurso psicotrópico, ya consumido. Son personajes unidos por el absurdo. El propio Vian murió en el cine, por el disgusto que le dio la adaptación de su novela ‘Escupiré sobre vuestra tumba’. Encendieron las luces de la sala y ahí estaba él, tieso.
Suplantando la personalidad del polifacético Boris Vian
Más marcianadas: Chango usó en varios cortes de su primer disco en solitario las voces del robot Emilio para cantar un bolero y entre 2000 y 2001 escribió una página de opinión semanal para el Diario 16 junto a Calamaro, utilizando todo tipo de pseudónimos y haciendo una apología intelectualoide de la vida disoluta, blandiendo la incorrección política y fomentando el entusiasmo por la cultura alcohólica y el incivismo. Aquí dos ejemplos (1 y 2) de esta sección (‘Findelmundo’ se llamaba y se regía por el calendario según el nacimiento de Maradona) en la que colaboraba gente como el futbolista Santiago Solari. Por cierto, Diario 16 quebró poco después.
Y sigo escuchando sus programas, donde ahora perjura que está brindando en directo con agua mineral. Yo voy y me lo creo. Y si el invitado es Albert Pla o el trombonista Norman Hogue, que da breves clases de inglés en antena, el delirio contenido (o la sobria ebriedad) se dispara. Hay algo de pose, de acuerdo, pero a mí se me ponen los dientes largos con tanta libertad y tanto hacer lo que le da la gana a uno. Es medianoche y hay barra libre en Radio 3.
raúl