La inercia acaba de despedir a su community manager, ha hecho un ERE en el departamento de comunicación corporativa, ha insultado al técnico de SEO y ha mirado muy mal al record manager, al networker, al midfielder y a uno que pasaba por allí y que dijo no sé qué de sinergias. Nuestra estrategia, recordemos, no es ganar lectores, anunciantes y repercusión 3.0, sino dominar el mundo, y para ello no vemos mejor manera que seguir recomendando cada fin de semana tres canciones buenas y modestísimas, que no quieren más que erigirse bastante en el faro cultural de Occidente.

La elección de V the Wanderer

NIGHTWISH – EVER DREAM

Parémonos a pensar por un momento en el metal sinfónico; en esos tíos rudos, vestidos como de mosquetero gótico, tomándose muy en serio a sí mismos, dándole fuerte al amplificador y al doble bombo mientras una cantante lírica se deshace en gorgoritos. Es un asunto muy establecido pero visto desde fuera uno se pregunta a quién se le ocurrió esa delirante suma. No es que la ópera y el metal no casen, al contrario: ambos tienen un sentido desorbitado de la épica, una pose severísima, una entrega absoluta al exceso; pero aún así, cuesta imaginarse a una mezzosoprano pasando de la Suziki de Puccini a verse rodeada de fantasmas, guitarrazos y vampiros.

Nightwish es (junto a Within Temptation) la perfecta cristalización del género. Una sublimación tan pura que puede acabar cautivando hasta a los profanos como nosotros, que antes muertos que con chorreras («se llama chorrera en el traje de golilla al adorno de que pendía la venera que se ponían los caballeros de hábito en días de gala», dice la wikipedia. Ahí queda). En sus temas menos ruidosos, cuando no canta el tipo con voz de demonio vomitando y los tempos bajan a un rango humano, hay cierta poesía, cierto magnetismo gélido que puede poner a uno tontorrón y ensoñador, y hasta hacerle comprar (cuidado) el cuento de hadas, las ilustraciones horteras y las divas de corsé y traje largo con maquillaje de Alaska.

La elección de Withor

BADFINGER– BABY BLUE

Y de repente, apareció Badfinger. En cuestión de minutos, millones de personas recordaron aquel grupo que habían escuchado alguna vez, mientras otros tantos millones tenían su primer contacto. Ciertamente, Badfinger pasó del olvido al estrellato en un tiempo récord. Y todo gracias a Breaking Bad. ‘Baby blue’ siempre será la canción de Heisenberg.

La historia del grupo galés no tiene desperdicio. Tuvieron un cierto éxito a principio de los 70 y todo les parecía ir bien. Pero tuvieron muchos problemas con su discográfica, y por cuestiones legales no recibían el dinero que producían. Además, uno de sus discos fue retirado del mercado –también por un tema legal- ya que decidieron titularlo ‘Wish you were here’. Los problemas económicos se acrecentaron hasta el punto de que los dos líderes de la banda se acabaron suicidando (Peter Ham en 1975 y Tom Evans en 1983).

Badfinger fue, en cierto modo, un grupo maldito. Podrían haber llegado mucho más lejos de lo que lo hicieron. Pero no tuvieron suerte. En cierto modo, el final de Breaking Bad no deja de ser un regalo póstumo. Seguro que muchos habrían soñado con poner las notas al final de la serie. Porque Badfinger y Heisenberg, unión indisociable, ya son inmortales.

La elección de Raúl

MARC PARROT – ROMPECABEZAS

A Marc Parrot la esquizofrenia o el aterrizaje tras la fama le podían haber jugado una mala pasada. Pero nada más lejos de la realidad. El dinero calentito y las tablas del Chaval de la Peca le sirvieron para montar un estudio y encauzar, esta vez sí, una carrera seria, la verdadera, en una exhibición de coherencia y de fidelidad a la música. Se fue la tele, se fueron los anuncios y se fueron los focos pero llegó la producción a otros, el guarecerse en su cabaña y, al final, la composición propia. No he seguido demasiado sus novedades discográficas, pero así, echándole un breve tiento, noto que en estos años ha facturado un buen puñado de canciones interesantes, arriesgadas, poéticas, crípticas a veces, de una introspección cruda y suculenta. No debería extrañar: ya el Chaval de la Peca fue muchísimo más que un divertimento folclórico-nostálgico; allí había robustez musical e intenciones.

Esta canción, justamente posterior, bebe de todo aquello, pero va más allá: empieza con soniquetes programados y luego discurre por terrenos de pop de guitarras, en un mix que podía haber colado en su momento como más o menos pelotazo ‘indie’ y que se quedó en tierra de nadie. Este tema de hace algo más de una década y otros como ‘Aburrido de esperar’ o ‘Als núvols’ nos hicieron descubrir que el tipo que pegaba saltos en los anuncios de Amena también componía, hacía sintonías para radio y tele, jingles publicitarios, bandas sonoras y teatro musical. Podía, incluso, alcanzar ciertas dosis de tristeza y de búsqueda en sus letras, martirizarse un poco, dramatizar, si cabe como ejercicio de estilo, quizás porque la lejana amargura de ‘El jardín prohibido’ no andaba tan lejos.