Léase este artículo con carne a la vista. Abra su proveedor pornográfico favorito y déjelo visible en una ventana adyacente; cargue el video más delirante y, si pudiere, repugnante. Piense en sexo guarro, muy guarro, pase de remilgos y de culpabilidades post-orgásmicas. Suéltese: tetas, lametones, fluidos; mejor aún, repase jerga especializada: depés, milfs, pov. Estamos listos, venga a nosotros la música de las bajas pasiones.

Sin sugerencias ni sensualidades, dejándonos de circunloquios románticos, entramos al trapo. Que nos guíe la brújula pélvica y nos ciegue la furia animal. Basta ya de tanta tontería, como nos decían Amistades Peligrosas en esa ‘Estoy por ti’.  Folleteo libre, defendido también en ‘Me haces tanto bien’, ese prohibido objeto de mil conversaciones sotto voce en los patios de mi infancia.

Mirábamos a la Del Valle, a quien le entraba a la primera, y a Comesaña, salido mayor, y algo dentro de nosotros se tensaba. Ahora la carga erótica queda diluida por lo hortera de la propuesta, sí, pero piense usted manubrio en mano (o dedo a buen recaudo) y le encontrará su punto. Después de todo, Comesaña pergeñó una carrera entera de sus excesos libidinosos: el grupo Semen Up, Amistades Peligrosas y, ya en solitario, ‘Perversiones’, el disco cuya portada imitaba una caja de condones.

Pasee por las calles de Sabina, entre putas princesas y poetisas, que saben del amor lo que no está escrito, sazónelo con la magistral sordidez de Nacho Vegas en, pongamos, ese vals del vacío que es ‘Gang bang’, y venga, entréguese al amor al contado. Meretrices no faltan en la música, y Bunbury paga a alguna de ellas en ‘Con nombre de guerra’. Haga lo propio: esta noche ella será mercancía y usted sólo unos billetes.

Camine entre las sombras de la estación y déjese llevar, buscando algo que huela distinto al amor. Permita que Vegas le vuelva a guiar, arrójese al sexo con repulsión, a la autodestrucción más íntima: no hay límites ‘En la ardiente oscuridad’. El sexo también es asco, y del asco también se aprende.

Todo vale, no se reprima. Métase en algún sótano industrial y reciba los latigazos de Athamay sin miedo. Que hablen el dolor, las cadenas, la sumisión, que le muestren esa mazmorra húmeda y fría de ‘Kiss The Whip’ o ‘Eternal Torture’. Dolor, placer, pecado, lujuria, dominación, deseo. La voz de Jess, su cadencia entrecortada, parecen provocarnos para que tomemos las riendas.

Usted decide, ama/o o esclava/o. El juego, afirman Depeche Mode en ‘Master and Servant’, se parece mucho a la vida. Lo pueden decir con esa oscuridad cavernosa y sintética del dúo electropop, o con la suavidad melosa (y engañosa) de la versión que hacen Nouvelle Vague; el resultado será siempre el mismo. Juguemos, en la vida y en la cama. Sí, mi ama.

Folle para sacudirse el dolor, siga el consejo de la andrógina y destroyer Peaches en ‘Fuck The Pain Away’; la deslenguada Peaches, que se pone dando órdenes a dos tíos para que se satisfagan mutuamente en ‘Two Guys (For Every Girl)’; la zorra desmontagéneros y fatherfucker Peaches. Dígale de mi parte que mejor emehacheeme que lo otro, pero que todo es negociable si lo pide ella.

En el juego de poderes todo es cuestión de actitud, de personalidad. «The singer, not the song», que decía aquel. Firmes, decididas, arrolladoras, sin las medias tintas pueriles de, no sé, Katie Perry. Aquí vamos a lo que vamos, al estímulo en bruto, a las cartas sobre la mesa. Por eso me da igual lo que haga aTelecine, el grupo de la pornostar Sasha Grey; podrían hacer gospel y el palotismo seguiría garantizado. Amén.

La cosa tiene que ser dura: sean pitidos electrónicos o guitarras han de sonar como golpes, crudos, amplificados, con graves poderosos y voces firmes, más habladas que cantadas, bases machaconas, bombeantes, que sugieran los constantes embistes de la cópula, armonías gruesas y melodías justas. Mire, si no, el ‘Tony The Beat’ de The Sounds, eufóricas instrucciones para intercambios carnales que no se andan con chiquitas. «Don’t stop, push it now, and I’ll give it all to you». Encima viene en el ‘Dying To Say This To You’, discazo con sugerente portada rollobollo.

No se prive, no obstante, de cierta calidez. Si el contubernio se da dentro de una relación afectiva, si usted tiene la suerte de tener en casa su dominátrix privada, su porno a domicilio, puede festejarlo como Bunbury en su redonda y decadente ‘Látex’, o tirar de clásicos y ambientar con los lubricantes graves de Barry White. Vamos, que cualquier cosa vale en esto de música y sexo: una vez vi un video porno a ritmo de diferentes cortes de Jean Michel Jarre.

Y si al final, suele suceder, ha de recurrir al alivio solitario, consúelese pensando que no será el único: lo hace Damien Rice en ‘Me, My Yoke and I’ y lo hace El sobrino del diablo en ‘La gallarda’. «Quien no se consuela», dice El sobrino, «será porque no quiere; lo hace hasta el monje entonando el miserere». Pues eso. Les he avisado al principio; ya pueden ir a la otra ventana.

V the Wanderer