Tres canciones, 251: La elección de Raúl

GEORGIE FAME – ‘YEH YEH’

Aquí no somos muy talibanes de la cosa musical pero podríamos instaurar una excepción. La escena sería la siguiente: vamos conduciendo nuestro coche mientras llevamos, de copiloto o en los asientos traseros, un pasajero poco habitual, algún compromiso, un viajante eventual al que no conocemos demasiado bien. No hay mucha confianza, así que se impone la formalidad, la cordialidad fría, la diplomacia y los lugares comunes. Suena en la radio música elegida por nosotros, algo de nuestro repertorio favorito, que nos gusta mucho, que nos motiva, incluso, en la rutina de la conducción. Pero de repente nuestro inquilino de vehículo deja ir, ni que sea de forma velada, una cierta queja, una vaga desaprobación de la canción que se escucha.

¿Qué hacer en ese momento? El modus operandi de La inercia recomienda dar un frenazo brusquísimo, al borde del accidente. A continuación, con nosotros enfurecidos y fuera de sí, hay que bajarse, agarrar de la chaqueta (o del pescuezo o de los pelos) a nuestro ingrato acompañante y lanzarlo fuera, dejarlo de malas maneras en la cuneta. Se pueden farfullar improperios. Apunte: nuestra reacción de furia, un monumento efímero a la intolerancia, no tiene que venir a cuento, debe ser muy desproporcionada en relación con el agravio sufrido. Es más: si la afrenta ha sido leve, da igual. Porque osar tocar en pleno trayecto a algunos nombres que tenemos en los altares merece el arrebato más desmedido.

La situación les puede sonar del cine. Sucede (y es mítico) en ‘El Gran Lebowski’ cuando el grupo vilipendiado en un taxi es The Eagles, a raíz de que se haya sintonizado ‘Hotel California’. «¡No soporto a los putos Eagles!», dice un desquiciado Jeffrey Lebowski, que viene de pasar un mal día, y le acaban echando a patadas. Pero también ocurre, por ejemplo, en ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’. Ahí es Javier Cámara, beatlemaniaco enfermizo, quien detiene el coche a la mínima de intuir que el chaval que le acompaña es más de los Rolling, un magno sacrilegio para alguien que se cruza España al encuentro de John Lennon. Amagos tan violentos y maravillosos quizás procedan, en origen, de aquel chiste del conductor y el autoestopista en la cabina del camión, tras un largo e incómodo silencio:

-Pues sí, pues sí…

-¡Pues no y te bajas ahora mismo!.

A mí me gustaría que en La inercia defendiéramos nuestras filias muy vehementemente pero sólo en estas situaciones concretísimas. Podemos empezar con Georgie Fame, menos conocido (así es mejor, porque tendremos más aspecto de locos) pero igual de clásico: músico británico que hacía rhythm and blues de los años 60. No nos partiremos la cara por él ni entraremos al trapo en un encendido debate pero estaría bien que en pleno trayecto automovilístico, si alguien le desacredita, nosotros procedamos a sacar al yihadista que todos llevamos dentro: freno hasta el fondo, enfado monumental, forcejeo, palicilla intrascendente y a la puta calle. Y la rúbrica opcional, que sería chillar: «¡Lávate la boca antes de hablar de Georgie Fame!».