“Es imposible sentirse más mexicano y agradecido”. La frase la dice José Tomás, el mejor y más legendario torero de la historia, cuando abandona el hospital de Aguascalientes sólo cinco días después de haber recibido una brutal cornada que le destripó 15 centímetros el muslo y le hizo añicos la femoral, por donde fluyeron seis flamantes litros de sangre.

Las palabras del histórico diestro madrileño bien pueden ubicarse en la boca de un artista antes de los bises en El Foro Sol de Distrito Federal. Bunbury ha dado en ese sitio el concierto más importante de su carrera en solitario (ante 50.000 personas) y no tiene problemas (ni solo ni con Héroes) en comenzar la gira de un nuevo disco con recitales al otro lado del Atlántico, que luego ya vendrá la península. Le dedica a ese hemisferio sobrados guiños en su repertorio, o canciones enteras, como ‘Ciudad de bajas pasiones’ (Va por Ciudad Juárez y suenan las famosas bisagras).

Algo tiene el Cono Sur, que todos lo bendicen, por diversificados que sean los perfiles: primero fue Rocío Durcal, después Julio Iglesias y toda la panoplia de folclóricas, pero también Piratas, Los Planetas, Niños Mutantes, hasta Dover y, por supuesto, Joaquín Sabina, que antes de terminar la grabación de su disco abre la contratación para los conciertos y en tres días llena dos noches la Bombonera y el Gran Rex.

El indie tóxico, el rockero comercial, Bertín Osborne, la última banda revelación del momento o la más grande tonadillera se deshacen en elogios en sus entrevistas hacia los países sudamericanos. Transitan esos lugares comunes del furor del público, la entrega, la pasión y el apoyo fundamental para mi carrera, porque yo lo valgo. No entiendo tanta admiración, anclada quizás en la conducta revolucionada y efusiva del público, siempre entregado y una pizca de ingenuo, obnubilado entre el mezcal, el tequila y el peyote.

Primero Juan Pardo y ahora José Vélez. ¿Se irá La inercia a pique por tanto llamar al mal fario?

Aquí vemos las cosas con más perspectiva, con un puntito más de malicia, casi aplicándole más autocrítica a nuestro artista favorito. Lo innegable es que el prisma es distinto y que Sudamérica puede ser un nicho en el que escudarse. Máxima: un músico ligero no alcanza el auténtico éxito hasta que conquista Argentina o México.

La opción más extrema es decir que uno triunfa en las Américas y que sólo la miopía del fan castellano me condena al olvido en la piel de toro. Lo va diciendo por ahí Pepe Vélez (por cierto, resentidísimo y lleno de rencor hacia Alfonso Arús por aquella parodia que duró años), que afirma seguir petándolo en Sudamérica y sus natales Islas Canarias durante las dos últimas décadas, aunque en la meseta no tengamos ni idea y pensemos que está más acabado que la Década Prodigiosa. Y encima dice el imbécil que él no provoca mala suerte, que muchos mánagers se han hecho millonarios a su lado (chaletazos hay que así lo acreditan) y que le desea a los hijos de Arús el mismo ostracismo que él ha padecido a raíz de la imitación de marras.

Si el señor G es también un artista aclamado por esos lares, los Hombres G son otros que ellos mismos se impresionan por el recibimiento de su propuesta. Si aquí en España son vistos como lo que son realmente (‘G de Gilipollas’, les ‘homenajeaba’ en un disco Juan Antonio Canta), allí tienen categoría de grupo de culto y hasta les han comparado con The Doors. En esa regla de tres, ¿qué lugar les queda a las letras de El columpio asesino, otros habituales de la zona?. Aunque estas visiones tan especiales sólo pueden tener lugar allí. Una anécdota de Bunbury: “Entraron al hotel con metralletas y yo estaba en mi habitación, en calzoncillos. Les dije: ‘Éstas son mis armas’. Soy músico y no llevo más que esto”.

raúl