Tres canciones, 262. La elección de Raúl

GIPSY KINGS – BAILA ME

Llego a destiempo a la coña o la publicidad de Amistades Peligrosas y Ella Baila Sola y su detención en Chile. Llego muy tarde al efecto del marketing y su salvavidas del ostracismo de estas bandas y llego tardísimo al desmentido, a la matización que hicieron después, cuando ya los titulares corrían como la pólvora y dos formaciones en decadencia estaban ya, para su agrado, en el disparadero público. Y como ya no viene de un día y ni tan siquiera de una década, en todo este universo prefiero acordarme de otro título en la prensa, uno que leímos en años de universidad: «Detenido un ex falso Gipsy King». Recuerdo aquellas palabras como metralla de la buena, en esos titulares que son como un jardín de senderos que se bifurcan, como microcuentos en los que imagina uno, salivante, elipsis formidables. Iba emparentado, por lo pintoresco, con otro de la época, «Un ex Locomía, detenido por tráfico de ‘popper’ y éxtasis», pero eso es otra historia.

Porque ni Comesañas ni Marta Botía: la auténtica guerra civil de la música se libra en los convulsos Gipsy Kings, un hervidero de rencillas, traiciones y pugnas. Aquí no es cuestión de exmiembros que luego quieren lucir el nombre y se reparten los derechos de actuación (tú a Europa y yo a Estados Unidos). Aquí la cosa es que el nombre se ha convertido en una marca blanca, una cosa Podemos de inevitable tirón que ha acabado, no habrá colapso en Francia, en los juzgados de París. La batalla enfrenta a Jahloul Chico Bouchikhi, excomponente de la célebre banda de rumba, y Chico Castillo, el farsante. Ambos cantan ‘Volare’ o ‘Bamboleo’ y han duplicado conciertos bajo el mismo sello, con la salvedad de que es Castillo, el supuesto impostor, quien ha ido modelando su vida, a imagen y semejanza del otro, para parecerse a él y generar confusión hasta el punto de llevarse algunos contratos.

kings2Los auténticos Gipsy Kings, casi una marca blanca bajo la que pueden concurrir hasta tres formaciones

Cada vez que uno intentaba alquilar una sala, el otro se le adelantaba. Y sainetes así, en mitad de cruces de declaraciones. Chico Castillo, el usurpador de la identidad, se defiende reivindicando que sólo él es verdaderamente español, como achacándole la anomalía a lo francés. Mientras, el otro le acusa de bufón. Ambos se disputan la autenticidad de la rumba gitana aunque la sombra de la sospecha reina sobre los dos. Esto dice el periódico ‘Le Nouvel Observateur’: «No saben tocar la guitarra ni cantar. Los dos Chico saben tocar cuatro acordes y gritar olé». Dicen que Bouchikhi, como Manolo Kabezabolo al principio, ni siquiera lleva el instrumento. Él se pone nihilista y dice que no le hace falta, que un torero no debe ir siempre con el capote. A mí me parece más caradura que una suerte de Bartleby.

Entonces, si uno roba identidades y el otro es un aprovechado de moral discutible por vivir de las rentas, ¿a quién le damos validez a la hora de comprarnos un disco?. Uno de los argumentos más definitivos lo ofrece la Sacem, el ente que gestiona en Francia los derechos de autor, aunque no sea demasiado concluyente: el departamento especializado en arte gitano que tiene el organismo indica que, a día de hoy, es difícil determinar porcentajes en la farsa: ambos se copian constantemente y es complicado saber qué corresponde a quién. Los dos, pues, chapotean en ese magma de enfrentamientos y mediocridad musical, lejos de cualquier reconocimiento serio. Total, rabietas de críos o puro faranduleo mediático.

A todo esto, el grupo tal cual, los Gipsy Kings, la banda original formada en 1978 en Francia por los hermanos Baliardo y Reyes, sigue en activo, sacando discos y girando, así que llegamos a la recomendación (canción aparte, un ventilador rumbero de libro, a saco) de la semana: cuando vayan a un concierto de los Gipsy Kings, supongo que una rutina habitual, miren bien la letra pequeña de los créditos para que no les engañen y les cuelen una burda imitación. Y si no, acudan al libro de reclamaciones y reivindiquen ahí, negro sobre blanco, su derecho a conocer y admirar al verdadero rey gitano.