“Hay mucho rock de mujeres ajenas, de mujeres que nunca existieron”.

‘Mi rock perdido’ (Los Rodríguez, 1993)

Las letras de la música popular huelen a mujer. De Angie a Layla, pasando por Soledad, Penélope, Jerónima, Clara o Manuel Raquel. Los nombres de féminas campean por el pop, retratando historias truculentas de des(amor), odio, desengaños, etcétera. Qué sería del rock, siempre machote y viril, sin el arquetipo de la mujer fatal, muchas veces para con ella misma y con un desenlace no demasiado feliz, véanse suicidios, rupturas, vicios caros o turbulencias varias.

Toda una banda de tipos sudorosos y correosos vengando a mil por hora la memoria de esa chica que le trajo de cabeza al autor. Si usted, bella y maja lectora, se llama Lola y aún no tiene un temita dedicado, no sé a qué espera para convertirse en groupie. Si usted, rudo músico, aún no ha homenajeado en su repertorio a una tal Dolores, no sé por qué carajo sigue leyendo esto. A la partitura.

Lola, lolita, lola. De Nabokov. O Dolores, los que matan o los de la Virgen de. Ese nombre se repite por vinilos y compactos en la historia musical. Nuestra Lola, la que hoy nos ocupa, curtió su infancia pilla en boca de Alizée. La niña, que ya mostraba maneras, creció. Comenzó a salir, a beber, a tomar cosas que le hacían ser feliz; había que huir de la realidad y despegarse del suelo. Era fin de semana y había que probarlo todo; experimentar, enloquecer, en definitiva. La habitación roja retrataron el descarrilamiento en ‘Lola 2000’, al que colaboró Pastora, con ‘Lola’, la que siempre va sola por Barcelona buscando follón. Esta cabecita loca moderniqui montaba botellones en su piso, antes de irse de pendoneo a la Razz o a Bikini. Postadolescencia desbocada. Nada grave.

Hasta que llegaron los insufribles Café Quijano. Lola estaba granadita pero aún seguía pendenciera y ligera de cascos, «de boca en boca, de cama en cama”. Pero surgió, cómo no, el amor. En pleno guateque sesentero, la chica, con marcha acumulada en el cuerpo y ganas de sentar la cabeza, fue carnaza emocional para Los Brincos. Un baile agarrados la enterneció. Confesó sollozando su soledad. “Deja ya de llorar, porque te quiero”, canta Juan Pardo en ‘Lola’.

Los Brincos, como Superman, antes de rescatar a Lola de la mala vida

La relación no fue fácil. Lola, ya por entonces Dolores, devino en un auténtico quebradero de cabeza, con una innegociable querencia por la vida disoluta. La mujer objeto (o la chica tetrabrik) contra el chico boomerang. Julián Hérnández, de Siniestro Total, se encargó de fotografiar esta etapa atorrante e infiel: “Ay, Dolores, siempre me la pegas con Don Hugo y Don Simón. Al día siguiente te duele la cabeza y a mí el corazón”. Cuando el amor absorbe tanto vino, todo se vuelve turbulento.

Pero los años pasan y cambian a la gente. Lola, la niña de papá, perdió brío, fuego y juventud. Dilapidada la fortuna familiar y con el corazón hecho jirones una vez más, la chica de Andrés, la chica de Paco, la chica de tantos, dio con sus huesos en un burdel para ganarse la vida en una barra americana. Por allí se encontró a Los Suaves, que le cantaron: “Las vueltas que da la vida, el destino se burla de ti. Dónde vas bala perdida, dónde vas triste de ti”. Yosi sabe de qué habla.

Era Dolores, sí, la que antes se llamaba Lola, la que volvió a tener otra oportunidad. La enésima. Vuelta a empezar, con la cabeza más o menos amueblada, con la ilusión creciente y todo ese rollo. Nuevos cortejos en la era del ukelele de los Manel: “Ai, Dolors, porta’m al ball / que avui serem dos nens grans, res de tonteries, res de ser especials”. Romance diluido antes del varapalo. Veinte años después, son las diez menos cuarto en el reloj. “Ya no sé si soy mujer o soy una mierda”, dice Dolores con la cara hinchada, entre el tedio cotidiano y el silencio de la sociedad. Corre, Lola, corre. En esta nueva ‘Ay, Dolores’, los Reincidentes aseguran que la tipa ha cambiado su nombre por el de Libertad.

Los Kinks, buscando justificación a un despiste descomunal. La iluminación fue la culpable

La historia paralela va a cargo de los Kinks. Dibujan a esa Lola desordenada que bebe champán con gusto a cherry-cola, con aires de musa y rebozada en los tópicos de la femme fatale que se te cruza en el pub y te desquicia. La encuentras en un bar del Soho, te seduce su contoneo, aunque recelas de esa voz grave, sospechosa y camionera. Pero no te importa sucumbir a esos encantos femeninos muy masculinos (encantos, al fin y al cabo). Luego la adaptaron M-Clan, que se volvieron a encontrar a la tal Lola por Madrid. “Y con las burbujas del champán, debajo de la luz artificial, aquella invitación sonaba bien. Sentado en sus rodillas, acepté”, cantó Carlos Tarque. Esta vez aquella mujer (ejem) no era Carolina. O como dijeron los Mojinos, “ella se llamaba Manolo y tenía un agujero solo”. Manuel Raquel. En fin.

raúl