Hagamos un pequeño esfuerzo y olvidemos, por un momento, la realidad, el mundo en el que vivimos. Olvidemos e imaginemos. Olvidemos pues, que la lucha y el odio entre Mozart y Salieri nunca existió realmente. Imaginemos pues, aunque sea durante los minutos que se utilizarán para leer este post, que la lucha y el odio entre Mozart y Salieri sí que existió, como en ‘Amadeus’, y fue tan real como la existencia de la Inercia. ¿Listos?

Desde la primera que vez que vi ‘Amadeus’, y pese a mis reticencias iniciales (película de época de tres horas de duración… no me nieguen que no suena especialmente divertido) sentí una conexión muy grande con el personaje de Antonio Salieri (para más información, wikipedia es vuestra amiga). Llámenle preferencia por los secundarios. Llámenle empatía. Sí. Empatía. Esa es la palabra.

Antonio Salieri en una imagen de achivo

Y es que Salieri, parlant clar i castellà, mola mucho. Y lo hace porque es real. Porque por muy bueno que seas en lo tuyo, es normal tener envidia cuando alguien hace algo mucho mejor invirtiendo la mitad de las energías. Talento, dicen que se llama. También es real que llegues a odiar a esa persona, con todas tus fuerzas, a querer asesinarlo y reírte en su cara de su desdicha. Salieri es capaz de todo eso y de más. Al fin y al cabo, ¿quién coño era Mozart?

Pero lo mejor de Salieri no es esto. Lo que más me impresiona –y me une a él- es su amor por la música. Un amor tan grande que le puede llevar a hacer cosas inimaginables: ayudar a Mozart. Vean, si así lo desean, una de las mejores escenas de la historia del cine, para un servidor.

La dicotomía de Salieri es la base de la vida: amor y odio. Amor hacia la música. Odio hacia Mozart. Y Salieri eligió el amor.

Creo que todos, en algún momento, nos hemos sentido un poco Salieri. A mí, al menos, me ha pasado a menudo. He envidiado solos de guitarra que sé que nunca podré llegar a tocar, canciones que nunca podré componer y tonos a los que nunca podré llegar. Como Salieri, he llegado a sentir, si bien no odio, si una envidia insana al comprobar que el talento musical –en mi caso unido a un problema de dejadez e inconstancia permanentes- no está bien repartido entre los habitantes del mundo.

Sin embargo, el amor, como siempre, se acaba imponiendo. El amor a la música transforma la envidia en admiración, la rabia en emoción, la furia en aceptación.

Salieri, mi querido amigo. Que sepas que nunca más estarás solo.

withor