Moanin’. De todos los estándares del jazz, creo que ‘Moanin’ es mi favorito. Siempre me cuesta hacer una afirmación así y siempre las acabo haciendo con la boca pequeña, colgándoles decenas de asteriscos, pero la intención queda clara: ‘Moanin’ representa todo lo que me gusta del jazz. Es enérgico, pegadizo, rabioso, muy alegre, y tiene un espíritu libre y de grupo bien compenetrado, tal vez por su estructura de llamada y respuesta, sin faltarle esa tristeza de fondo que emparenta el blues con el jazz. Si me piden una declaración lapidaria y sintética, ahí les dejo ésta: yo quiero vivir como suena ‘Moanin’.

Tres Canciones, 266. La elección de V

ART BLAKEY AND THE JAZZ MESSENGERS – MOANIN’

Summertime. Hace unos días murió Juan Claudio Cifuentes, «Cifu», el mayor divulgador de jazz de nuestro país. Para mí, el género ha tenido tres puertas de entrada: Yoko Kanno, Haruki Murakami y Cifu. La primera me enseñó, con su banda sonora para ‘Cowboy Bebop’, que no habrá estilo más vivo y moderno que el jazz; al segundo le debo la comprensión de sus melancolías internas; a Cifu, el amor y las lecciones enciclopédicas que me asomaron a leyendas como Art Blakey, Chet Baker, Thelonius Monk o Bill Evans. La pérdida de Cifu es una de ésas que dejan el mundo un poco menos completo pero que también ponen en perspectiva las semillas plantadas. A mí me ha tenido toda la semana pensando en jazz y como consecuencia he acabado viendo, al fin, ‘Sakamichi no Apollon’.

Someday My Prince Will Come. Yoko Kanno y Sinichiro Watanabe, compositora y director respectivamente de ‘Cowboy Bebop’, volvieron a reunirse hace pocos años con ‘Sakamichi no Apollon‘ (o ‘Kids on the Slope’ en inglés), una serie romántica ambientada en Kyushu (al oeste de Japón) en los años 60, en la que un grupo de jóvenes solitarios se reúne alrededor del jazz. ‘Sakamichi’ titula cada capítulo como un estándar del jazz; los mismos que, se habrán dado cuenta, estamos utilizando aquí para recoger ideas al vuelo.

But Not For Me. Tras un space western de fuerte carácter transgresor y pulp, Watanabe hizo ‘Samurai Shamploo’, otra locura híbrida. Pareciera que se toma los géneros y sus tropos como un músico de jazz se toma los estándares: esqueletos a los que poner carne nueva, puntos de partida para crear algo propio y diferente. ‘Sakamichi’ se pega más a sus normas pero nunca olvida esa actitud. Es un josei (o manganime para mujeres adultas/jóvenes adultas, la versión crecida del shojo) y como tal tiene triángulos amorosos, romances de institutos, un sentido fatalista del paso del tiempo, sentimientos reprimidos y confesiones desgarradas. Es un melodrama que da vueltas sobre sus propias obsesiones y requiere más tolerancia y amor por su género que las obras anteriores de Watanabe, pero si ustedes se prestan a jugar podrán escuchar rápido el jazz de fondo.

Lullabys of Birland. El otro día fui a una jam session con Joan y Joana, amigos de esta santa casa. Fue una fiesta, un vendaval de energía. Tras un arrebato especialmente inspirado, Joan me dijo: «después de mucho tiempo me he dado cuenta de que no hay nada con tanta energía como una buena farra de jazz». Recordé las jams en Christiania, aquella zona sin ley de Copenhagen, y los trances que me provocaban. Estuve de acuerdo: no hay mejor manera de hacer ruido que el jazz.

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You Don’t Know What Love Is. ‘Sakamichi no Apollon’, como buen melodrama adolescente de instituto, trata de ese momento en que todavía no sabemos qué es el amor y sin embargo ocupa todo nuestro pensamiento, de ese primer descubrimiento que lleva a la ceguera, la pasión, la tristeza y la decepción en un solo viaje. Una de las constantes del género, y que ‘Sakamichi’ respeta, tiene que ver con las relaciones sociales japonesas: sus geometrías emocionales se dibujan con silencios, con introspecciones, a través de distancias ridículas que parecen insalvables por la dificultad para expresarse. Puro dilema del erizo, el de Schopenhauer, Cernuda o Hideaki Anno. Y en medio del silencio, el jazz como refugio, siempre como refugio.

Now’s The Time. Watanabe dirige las actuaciones musicales como escenas de acción, se toma cada compás como una torta de Spike Spiegel practicando jeet kune do. En ‘Sakamichi’ el jazz siempre es alegría, pasión, vida, por mucho sacrificio que empeñe. Nada del carácter sombrío y militarista de esa peli de boxeo con baterías que hizo las rondas en los Óscars pasados. En ‘Sakamichi’ el jazz siempre es un aquí-y-ahora arrollador. La serie es un romance de instituto vehiculada a partir del jazz y no una historia sobre el jazz, es cierto, pero sin él le faltarían cimientos. Sus personajes encuentran en la música un contrapeso a sus dramas y vacíos, estudian y comentan jazz, escuchan discos y los celebran. Tocan para estar vivos, o mejor, tocan porque están vivos.

These Foolings Things. Puede que el jazz sea un gusto adquirido. Hasta ‘Cowboy Bebop’ no me había acercado demasiado al género (la vi con ¿qué? ¿17 años?) y desde entonces ha ido creciendo en mi día a día. No es mi música principal pero no pasa semana sin que escuche un disco de los grandes. Puede que el melodrama japonés también sea un gusto adquirido, que haya que aprender a perdonar e incluso amar sus excesos y cursilerías, acostumbrarse al ritmo gélido del slice-of-life. Qué les voy a decir yo, que en mi educación cultural y sentimental tengo ‘I»s’ de Katsura como hito clave. Los pequeños detalles, los costumbrismos, las exigencias de la forma, son lo que da color y humanidad al arte.

Love Me or Leave Me. Hablaba antes del sentido fatalista del paso del tiempo, algo que en casi ningún sitio encuentro con tanto poder como en la narrativa japonesa. Tal vez sea cosa de la ética y estética wabi-sabi. Si han leído ustedes a autores populares como Murakami o a clásicos como Kawabata o Soseki, sabrán de lo que les hablo: el tiempo como fuerza que nos devora, la transitoriedad de todas las cosas, incluidos nosotros mismos, el tiempo como condena, como deriva que nos une y nos separa sin que podamos hacer nada. ‘Sakamichi no Apollon’ construye sus mejores momentos en estos rápidos del tiempo, en los encuentros, despedidas y reencuentros, inevitables por mucho que el jazz sirva como ancla (fugaz) al presente.

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In a Sentimental Mood. Ver y leer ciertas obra japonesas es inyectarse melancolías evocadoras. Un crítico definió ‘Sakamichi no Apollon’ como «revivir un recuerdo que nunca he tenido, un lugar que nunca he visitado, y que sin embargo siento que he hecho». En mi opinión, el mejor arte es aquel que encapsula un estado de ánimo que hasta entonces no tenía nombre y que destapa algo que siempre habíamos llevado dentro.

Left Alone. El dilema del erizo o la distancia adecuada para amar a los demás sin herirnos mutuamente: ése es el gran obstáculo para llevarnos bien con la soledad, el equilibrio inalcanzable. Kaoru, Sentaro, Ritsuko y Junichi son solitarios incurables, como lo fueron antes Spike, Jet y Faye, que encuentran en sus amistades algo parecido a esa distancia adecuada. Podría decirse, desde esa óptica, que esos son dos de los grandes temas de la obra de Watanabe como autor: la soledad y la amistad. Al final, ‘Sakamichi’ es más una historia de amistades que de amores. No resulta difícil trazar esa línea que une la filmografía del autor y encontrar en ‘Sakamichi’ comentarios y anotaciones a las series anteriores, como ha señalado alguno. Por si no quedaba claro, la recomendación es firme: si les gusta Watanabe, tienen que ver ‘Sakamichi no Apollon’.

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All Blues. Ahí va otra máxima un poco insensata: las mejores historias son las que empiezan cuando acaban. Las que crecen dentro de nosotros y van haciéndose un hueco, formando sentido, creando añoranzas propias. Hay películas que duran un par de horas y otras que duran toda la vida. Han pasado pocos días desde que acabé de ver ‘Sakamichi no Apollon’ y ya la echo de menos, repito algunos momentos en mi cabeza como el que silba las estrofas de sus estándares favoritos. Y no paro de escuchar ‘Moanin» en bucle y de celebrar su vitalidad, una energía arrolladora que me une, de la manera más azarosa, a las vida de ficción de Sentaro y sus amigos, a Yoko Kanno, a Watanabe, a Art Blakey, a Bobby Timmons y al maestro Cifu; un estándar compartido desde el que tocar nuestras propias vidas, honrar a los que se van y menguar nuestras soledades mientras seguimos en la sesión.

@VtheWanderer