Viajar hasta Barcelona para visualizar, en tercera fila, una obra de Concha Velasco, no es algo que entrara en mis planes vitales. Como mínimo, a corto plazo. Pero así fue. No perderé el tiempo en buscar culpables. Ni en pedir explicaciones. Yo soy un buen sobrino. Y tenía una promesa pendiente: acompañar a mi tía, o mi ‘tata’ junto a mi hermana a ver un musical. El primer esbozo de plan se refería a ‘Los miserables’. Hubo rumores de que la obra elegida iba a ser ‘Cabaret’. Ni una ni otra. Y es que, al fin y al cabo, ¿quién es Victor Hugo al lado de la gran Concha de España?

Caímos en el error de presuponer que mi ‘tata’, a sus cuarentaydiez, preferiría una obra que repasaba la vida de Concha antes que las aventuras y desventuras de Jean Valjean en la Francia de las Guerras Napoleónicas. La subestimamos. Cuando llegamos al Teatro Goya y se enteró de quien era la protagonista de la hora y media que suponía su regalo de cumpleaños, no tuvo reparos en reconocer que a ella, Concha Velasco, “ni fu ni fa”. El mal ya estaba hecho.

Y ahí estaba yo, todo inercio, rodeado de centenares de abuelos, no demasiado diferentes, debo suponer, a aquellos que día tras día han llenado platea y gradas para ver de cerca a la actriz, cantante y mito. Y así, tener algo que contar a sus nietos en la próxima visita.


Una hora y media de Concha Velasco sin interrupciones demuestra que soy un buen sobrino

‘Yo lo que quiero es bailar’ es una hora y media de masturbación continua de Concha Velasco. Metafóricamente, se entiende. Sin ningún tipo de reparo, la artista, ataviada con una camisa blanca (para los morbosos pajilleros: sí, se le ven las bragas) nos hace un repaso de su vida, desde sus inicios hasta la actualidad. Y sí, es tan aburrido como parece. Y sí, a mi me interesa tan poco como a usted. Y sí, entre monólogo y monólogo, intenta cantar alguna canción, con su voz ya sabiniana, y recita algún poema, vaya usted a saber por qué. Y sí, muy especialmente, la obra es megalómana y onanística. Concha ríe, busca los aplausos, los encuentra, llora en escena al leer una carta a su nieto, se desvive explicando anécdotas cuando ya debería estar harta de recitarlas de memoria. Es un panegírico avanzado a su tiempo de 90 minutos. Es una obra de Concha Velasco pensada para hacer disfrutar a Concha Velasco.

De todos modos, no puedo negar que en realidad tampoco estuvo tan mal. Acompañé, en algunos momentos, la risa de Concha, especialmente cuando desveló el gran trauma de su vida, consistente, mire usted por donde, en no haber ganado nunca un Goya. Y, sobre todo, consiguió dejarme un buen sabor de boca con el final de la obra. En un momento mítico, que me recordó al final de la obra ‘We will rock you’ que gocé en Londres, todo el público se puso de pie, olvidando que estábamos en un sitio serio, para ponerse a bailar y dejarse la voz entonando aquello de ‘no te quieres enterar, yeee yeee’. Y así me vi, junto a centenares de abuelos, dando palmas, cantando y, las cosas como son, pasándomelo bien.

La moraleja de la historia, si fuera obligado buscarla, sería que lo mejor es dejar los prejuicios de lado, e intentar disfrutar de todo. De hecho, si uno lo piensa fríamente, Concha Velasco es, guste o no guste, una de las grandes estrellas de este país. Además, en esta obra, por primera vez en su carrera artística, no sobreactúa. Es difícil hacerlo cuando uno está en el escenario y se interpreta a sí mismo.

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